“Y cómo pasa el tiempo
que de pronto son años”.
Silvio es un trovador. Un trovador en el cabal sentido del término. Es decir, alguien que hace del mundo su lugar, pero sin olvidar su terruño de origen. Alguien que circula por todos los caminos tratando de hacer conciliar prosa y música con una causa. Una causa que puede ser el amor, los sueños, la esperanza, la revolución. Un trovador que camina desprovisto en apariencia, pero que lleva consigo sus fundamentos: su guitarra y su voz. Pues bien, resulta que este trovador cubano decidió en el octubre primaveral detener su marcha latinoamericana para brindar tres conciertos con localidades agotadas en el Arena de Buenos Aires.
Hay una larga historia de visitas que vincula al músico cubano con la Argentina. La primera tuvo lugar en el momento de la apertura democrática. En abril de 1984 llegó junto con Pablo Milanés en el marco de una gira latinoamericana. Los esperaban en el aeropuerto de Ezeiza más de mil personas y un grupo de músicos locales entre los que se encontraban César Isella y Tejada Gómez, pertenecientes a la nueva trova argentina. A pesar de haber estado censurados durante la dictadura, la gente conocía las canciones de la trova cubana a través de casetes piratas que circulaban de mano en mano. El concierto en el estadio de Obras Sanitarias fue un evento memorable. Luego actuaron en Rosario: “Nos sentimos especialmente felices de estar en la ciudad de nuestro querido y siempre recordando comandante Che Guevara”, dijo en esa oportunidad. La gira continuó por otras provincias y ciudades como Mendoza, Santa Fe, Córdoba y La Plata. Silvio volvería el año siguiente con Santiago Feliu y Afrocuba. Esta vez el escenario fue el mítico Luna Park de Buenos Aires, para después partir nuevamente en gira por el interior del país. Ese mismo año recibió dos discos de platino por Unicornio (1982) y por la grabación en vivo junto con Pablo Milanés de En vivo en Argentina (1984). Los escenarios argentinos volverían a disfrutar de su música en 1986, 1987, 1997. En 2004 al cumplir un año la presidencia de Néstor Kirchner realizó una presentación gratuita en la Plaza de Mayo; y en 2013, en el marco de los festejos por los 203 años de la Revolución de Mayo. El 30 de mayo de 2015, volvió para un festival gratuito por el Plan Nacional Igualdad Cultural y cantó ante cuarenta mil personas en un predio ubicado en el porteño barrio de Villa Lugano. La última vez, en 2018, el escenario fue nuevamente el Estadio Luna Park, pero volvió a sorprender también con un recital gratuito en la Ciudad de Avellaneda, para terminar luego en el Orfeo de Córdoba.
Hacedor de arreglos tan memorables como alguna de sus canciones (la base de “Oleo de Mujer con Sombrero” o la introducción de “Ojalá”, o de su ya clásico “La Maza”) suma a esta performance instrumental su distintiva voz de tenor que se mece cadenciosa sobre la prosa poética, en medio de tópicos como la guerra, el compromiso social, la censura, la injusticia, los deseos, las decepciones, la esperanza, la revolución, el amor. Y se mueve cómodo entre la metáfora, la alegoría, la descripción realista y la construcción de historias breves. Así logra que hasta una canción de amor se convierta en proclama.
Esta vez, la excusa aparente para el reencuentro es la presentación de su último trabajo Quería Saber (2024). Once canciones nuevas, escritas en lo que va del siglo XXI y en las que lo acompaña una banda que brinda la posibilidad de una mayor gama de matices y climas. Llega a la Argentina antecedido por el eco de la estela sonora que viene dejando desde el emotivo concierto en las escalinatas de la Universidad de La Habana en el mes de septiembre. Recién arribado, empuñó su guitarra y se presentó ante un público perplejo y emocionado, en el Centro Cultural La Chicharra del partido de Moreno, en la Provincia de Buenos Aires.
El domingo amaneció nuboso sobre la Ciudad de Buenos Aires y acaba de caer uno de esos intempestivos chaparrones primaverales, combinado luego con un tímido sol. Sin embargo, lejos de amilanar, las condiciones climáticas parecen colaborar a la magia del reencuentro y, ya por la tarde, una multitud peregrina por la avenida Corrientes en el barrio de Villa Crespo, rumbo al Arena. El concierto comienza con puntualidad. El escenario se presenta despojado, con un estilo minimalista que parece aventurar como único argumento, la música. Luego de la primera canción, el trovador aclara que está atravesando un proceso de disfonía. Acto seguido eleva la apuesta y dice que está dispuesto a devolver el precio de la entrada si alguien está disconforme, e invita a los presentes a acompañarlo y a hacer juntos el recital. Nada de eso resulta necesario. Ante los primeros acordes, la multitud reconoce cada tema y se lanza en un coro contundente y generoso. Así repasa temas de su cancionero mezclado con composiciones más recientes. No faltan “Sueño con Serpientes”, uno de los momentos más altos del concierto, “Eva”, “La Era Está Pariendo un Corazón”, “El Necio”, “Ángel Para un Final”, “Quien Fuera”, “Unicornio”, “Ojalá”. Hay también un espacio para el recuerdo de sus compañeros de ruta de la trova a través de sus canciones. Especialmente, el homenaje a su “hermano”, Pablo Milanés con su bella “Yolanda”. Lo acompaña una banda de destacados músicos. Cada uno da cuenta de virtuosismo en la ejecución del instrumento. Sin embargo, la conjunción presenta una bella, justa y aparente simpleza que permite que la melodía y el ritmo emerjan para llenar de armonía el lugar.
Silvio pertenece a esa élite de músicos a los que uno no se cansa de escuchar y seguiría pidiendo, como alrededor de un fogón imaginario, una canción tras otra. Esto el artista lo sabe y por ello sale al escenario a realizar cuatro bises: dos con toda la orquesta, y dos sólo con su guitarra. Y hasta que se le apague el último hilo de voz, oficiará la ceremonia de la entrega ante un público que aplaude, grita y se desvive en declaraciones de amor. Entonces uno presiente que ha sido testigo de la magia que hacer confluir letra y música. De la poesía como resistencia. De la esperanza como proyecto. Por ello no resulta una casualidad que como cierre cante:
“Venga la esperanza, venga sola a mí. Lárguese la escarcha, vuele el colibrí.
Hínchese la vela, ruja el motor. Que sin esperanza ¿dónde va el amor?
Venga la esperanza, pase por aquí. Venga de cuarenta, venga de dos mil.
Venga la esperanza, de cualquier color. Verde, roja o negra, pero con amor”.
En tiempos donde se pregona la caída de los grandes relatos o al menos el triunfo de uno sobre otros; en momentos donde, desde algunos sectores, se aboga por el fin de la historia desafiando así a la memoria, la voz del trovador, casi un susurro dulce, generoso y persistente como el viento, no se resigna. Se acerca y nos recuerda que aún contra todo pronóstico posible, la esperanza parece una utopía alcanzable.
Buenos Aires, octubre de 2025.
Foto: Kaloian Santos Cabrera
Referencias: https://zurrondelaprendiz.com/
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