La Valquiria es una obra de Richard Wagner con energía que desborda las pasiones y acelera el pulso. Es la segunda ópera de su tetralogía El Anillo del Nibelungo. Las valquirias o valkirias son deidades femeninas menores que servían a Odín en la mitología nórdica. La pieza o tema principal es usada con frecuencia en películas y programas de televisión. En lo personal yo la conocí cuando la escuché en la película Apocalipsis Ahora de Francis Ford Coppola, donde acompaña la “cabalgata” de unos helicópteros estadounidenses atacando un poblado vietnamita, debo de confesar que en aquellos años de mi infancia llegué a pensar que era música compuesta especialmente para el soundtrack de la película; ya que era una época en que aún no había internet y las fuentes de información al alcance eran escasas, así mismo tenía poca posibilidad de comprar discos de música clásica. Fue al paso de los años que pude por fin conocer que era una obra del inmortal Wagner. Como anécdota personal, muchas veces la pongo de fondo al realizar las labores de aseo en su humilde casa. O sea vuelan los plumeros y el polvo al ritmo y energía de la obra.
Con Wagner (1813-1883) la ópera nacional germana alcanzó su auténtico valor y consiguió hacerse con la hegemonía europea hasta tal punto que los avances introducidos por él en la concepción del espectáculo dramático musical y en el manejo de los elementos revolucionarán el arte sonoro de una forma definitiva: el dodecafonismo, que es un método de composición musical atonal que utiliza las doce notas de la escala cromática occidental evitando la supremacía de una nota sobre otra, verá en él su punto del arranque. Wagner se valió de una lengua común, la alemana, en los libretos que él mismo escribía sobre temas de tradiciones multiseculares basados en la mitología y el folklore germanos y de un deliberado nacionalismo que como en el caso de Verdi le acarreará algún problema político. Todos estos factores le insertan por completo en el Romanticismo, si bien la formidable proyección de su personalidad impiden encasillarle en esquemas estéticos rígidos.
La Cabalgata de las Valquirias es el término popular que se le ha dado para referirse al comienzo del tercer acto de La Valquiria. El tema principal de la cabalgata, el leitmotiv llamado Walkürenritt, fue escrito por el compositor el 23 de julio de 1851 y terminó el borrador preliminar de la cabalgata en 1854, como parte de la composición de la ópera, cuya orquestación finalizó completamente para finales del primer cuatrimestre de 1856. Junto con la Marcha nupcial de Lohengrin.
La mal llamada cabalgata nos introduce a la naturaleza y el propósito de las Valquirias, que es recoger los cuerpos y las almas de los héroes caídos y llevarlos al Valhalla. Este era en la mitología un majestuoso salón en Asgard, el reino de los dioses, donde los guerreros que habían muerto valientemente en batalla, los llamados Einherjar, eran llevados por las valquirias para prepararse para el Ragnarök, el fin del mundo. Vemos reunirse a las valquirias justo a tiempo para encontrar a Brünnhilde, una figura legendaria de la mitología nórdica en su papel de la valquiria escudera, huyendo de la ira de Wotan (Odín) en su caballo, Grane, llevando consigo a la exhausta Sieglinde. Les explica a sus hermanas lo que ha hecho y lo que debe sucederle a Sieglinde. Sin embargo, privada de su nuevo hermano y amante, simplemente quiere morir, hasta que Brünnhilde le anuncia que su pasión por el difunto Siegmund ha dado sus frutos y que lleva un nuevo héroe en su vientre. Esto llena de energía a Sieglinde, muchas horas después. Ella escapa a un bosque en el Este, y no la vemos más, pero la música nos dice que este bebé se convertirá en Siegfried, el salvador del mundo.
Las hermanas están indignadas por la acción de Brünnhilde al desafiar a su padre, Wotan, pero ella espera su llegada, en las alas de una tormenta. Su llegada es desbordante de ira, y él procede a castigar a todos los presentes en un torrente de furia musical, jamás igualado en la música. Una vez que la ira de Wotan se disipa un poco, el escenario se vacía de todas las valquirias, dejando sólo a padre e hija solos. En su indignación, la ha desterrado de las filas de las valquirias, como castigo por su desobediencia. Incluso cuando ella le señala que solo estaba haciendo lo que él realmente quería, su ira crece de nuevo, principalmente debido a su propia impotencia contra la voluntad de Fricka. Él le dice que no hay atenuante y que debe ser castigada por su crimen.
Despojada de su divinidad, será abandonada en la cima de una montaña, presa del primer hombre que la encuentre, y se convertirá en ama de casa, cocinando e hilando en el hogar. Para una guerrera, esto es mucho peor que la muerte, y le suplica una y otra vez que al menos convierta a su conquistador en un hombre valiente. Finalmente, él accede a que, una vez envuelta en un sueño mágico, encenderá un fuego a su alrededor que solamente podrá ser cruzado por el más valiente de los héroes (¿Sigfrido?). Ella está extasiada, al igual que él, y él canta la gran escena final cuando la duerme, crea el fuego mágico y declara, al ritmo de Sigfrido: “Sólo quien no tema mi lanza, caminará a través del fuego hacia su novia”. Así termina La Valquiria y sigue siendo, en mi opinión, una de las mejores piezas musicales de música clásica.
Pero regresemos al tercer acto que se abre con la escena más famosa de Wagner: La llamada Cabalgata de las Valquirias. Es imposible imaginar lo que el primer público de 1870 debió sentir al escuchar esta fenomenal escena con ocho poderosas cantantes femeninas cantando a todo pulmón sus “Hoyotohos” y la orquesta enloquecida. Su enorme emoción y su naturaleza deliberadamente grandilocuente han cegado a muchos oyentes ante la naturaleza esencial de la mayoría de las óperas de Wagner y han ocultado la pura belleza de gran parte de su escritura.
En el teatro de ópera, el segmento de la cabalgata, que dura ocho minutos, comienza en el preludio del acto, sumándose sucesivamente instrumentos al acompañamiento hasta que el telón se levanta y se ve el pico de una montaña donde se han reunido cuatro de las ocho valquirias hermanas de Brunilda para preparar el transporte de los héroes caídos al Valhalla. A medida que se unen las otras cuatro, la orquesta representa la melodía familiar, mientras que, sobre ella, las valquirias se saludan entre ellas y cantan su grito de guerra. Aparte de la canción de las Doncellas del Rin (Rhinemaidens) en El Oro del Rin, es la única pieza de conjunto en las tres primeras óperas de Wagner del ciclo del Anillo.
Fuera del teatro de ópera, es habitual escuchar únicamente la versión instrumental, que puede durar unos cinco minutos, esto último pienso que ha privado a un gran grupo de los que empiezan a conocer la música clásica de identificar solo la versión instrumental sin darse cuenta de la maravilla que es la versión coral como Wagner la ideó y compuso. Además que el mismo Wagner jamás tituló ninguna sección o parte de La Valquiria con ese nombre (La cabalgata de las valquirias) y a tal punto es así, que en su diario, Cósima Wagner (Viuda del compositor) consignó su molestia por las cartas que llegaba a recibir solicitando representaciones de la Cabalgata en forma separada. “No sé de qué hablan“, escribía.
Un aspecto adicional que se ha desprendido de la representación de esta ópera es un hecho curioso: se ha creado un estereotipo… al pensar en la ópera muchos pensamos en una mujer robusta con un sombrero de vikingo, o sea con un sombrero con dos cuernos… Y una sorprendente revelación: los vikingos usaban cascos de cuero, no metálicos, y no tenían cuernos en ellos. Esta iconografía, que ha quedado grabada en el imaginario popular surgió, en realidad, de la recreación de una ópera de Wagner, “El Ocaso de los Dioses”, ambientada en la mitología nórdica.
Estas son algunas de las frases entresacadas del artículo “Un vikingo de hoy” (realizada por Milène Larsson) acerca de la genuina indumentaria vikinga: “La imaginería que sale en las películas no es representativa del aspecto que tenían de verdad. Por ejemplo, se asume que llevaban cascos metálicos con cuernos, pero el metal era muy caro. Una espada costaba tanto como una casa; sólo los más ricos tenían una. Lo que llevaban los vikingos era un casco de cuero con refuerzos de metal, si se los podían permitir. Tenían arcos, cuchillos, lanzas y a veces hachas, herramientas que utilizaban en su vida diaria para cazar, comer o cortar madera, y también útiles para aplastar cabezas cuando iban a la guerra.
¿Entonces por qué tenemos esa idea de los cascos de metal con cuernos?
Es un mito originado en el siglo XIX a raíz de la ópera de Wagner El Ocaso de los Dioses, que trata del Ragnarök, el fin del mundo en la mitología nórdica. En esa ópera se mezclaban todo tipo de elementos y símbolos porque era lo típico durante el Romanticismo: realzar las cosas, exagerarlas, darles color.
¿Así que la imagen más famosa de los vikingos es una fantasía de un diseñador de vestuario del siglo XIX? Más o menos, sí. Aunque es probable que durante la Edad del Bronce existiera algún tipo de casco con cuernos que utilizaran en las ceremonias.”
Dejando a un lado la historia vikinga y regresando a Wagner, el componer la tetralogía El Anillo del Nibelungo le tomó a ni más ni menos que veintiséis años. La obra de toda una vida fue comenzada en Dresde, en 1848, cuando el autor coqueteaba con el anarquismo, y concluida en 1874 al amparo de la paz y serenidad de su villa de descanso Wahnfried. Descontada su utilización en los noticiarios de guerra alemanes, acompañando escenas de bombardeos de la Luftwaffe, la pieza se entronizó en la cultura popular como ya se mencionó, por medio de la película Apocalipsis Ahora (1979), acompañando esta vez el ataque desde helicópteros a un poblado vietnamita. En ambos casos, la obra terminó saludando la derrota. Para esta colaboración les dejaremos las dos versiones; la operística precisamente que es precisamente como Wagner la concibió y la versión instrumental que es como la mayoría de las personas identifican y la conocen con el titulo que se le ha dado equivocadamente como la cabalgata de las valquirias.
Como dato curioso final. Algunos especialistas afirman que la música tiene la capacidad de alterar nuestra percepción del tiempo e incluso de crear un universo temporal alternativo. Por eso, si alguna vez has conducido escuchando la Cabalgata de las Valkirias de Wagner y has notado que acelerabas de forma inconsciente, la explicación sólo está en la música. El funcionamiento del cerebro en cuanto a la percepción del tiempo nos permite ajustarla o alterarla como parte de nuestro instinto de supervivencia. Esto también significa que la idea de tiempo tiene un alto componente subjetivo con el que precisamente puede jugar la música, alterándola hasta incluso trasladarnos a un universo temporal que ella decida.
Por lo anterior los especialistas afirman que tendemos a correr y acelerar más con el coche cuando suena la Cabalgata de las Valkirias. Lo dice un estudio del Royal Automobile Club Foundation for Motoring de 2004, que coloca esta obra como la más peligrosa para conducir debido a que su agitado ritmo nos hace percibir la velocidad de manera diferente e incita a ir cada vez más rápido. Así que amigos, si la tienen tocando en el estéreo del auto, tengan cuidado de por lo menos no ir en una vía rápida o en una autopista.
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