Si algo me da nostalgia, son los recuerdos de aquellas reuniones de domingo familiares entre mi familia y las de mis tíos y primos, siempre estaba enmarcada con la música que mi padre solía reproducir durante la sobremesa. Muchos y diversos géneros musicales eran escuchados a través de la vieja consola Telefunken que iban desde tangos pasando por la música clásica y hasta la ranchera. Uno de los artistas que era reproducido en sus discos con cierta constancia en esas reuniones era Juan Torres y su órgano melódico. Incluso yo alguna vez leí en una crónica sobre los hogares mexicanos del siglo pasado, se decía que en las casas mexicanas no podía faltar una guitarra y un elepé del maestro Juan Torres y su órgano melódico. Seguramente ya muy pocos se acuerdan de dicho organista y del sonido de su teclado. Para las nuevas generaciones ni siquiera es una referencia

Juan Torres fue un músico reconocido por su abundante producción discográfica, popularizó el uso del órgano Hammond al grado de que en los años setenta muchas familias compraron uno para imitar el estilo aparentemente sencillo de Juan Torres, incluso hasta un servidor le llegó a pedir a los Reyes Magos un órgano Lily-Ledy para intentar emular esas melodías pegajosas que se escuchaban en los LPs. Torres, quien fue reconocido como maestro en Japón por su técnica y virtuosismo para el arreglo de melodías de todo tipo, hizo toda una época al grabar desde las más repasadas piezas de baile hasta los ritmos más candentes. Se hacía acompañar sólo por dos músicos (bajo y batería) y a veces incluía coros femeninos. Se distinguía en sus presentaciones por la elegancia de sus trajes, que por lo general eran semejantes al color de su instrumento.

Torres fue el organista mexicano por excelencia y el más famoso en México junto a Ernesto Hill de Olivera, creador de la técnica de “el órgano que habla” y probablemente fue la gran influencia de Torres. Nacido en 1930 en Ocampo, Guanajuato (México), Juan Torres demostró desde niño que tenía un talento especial con el piano y el órgano; se formó en la Escuela Superior de Música Sacra de León (Guanajuato) y Morelia (Michoacán) para posteriormente iniciar su carrera en áreas clásicas y sobre todo en música popular donde impondría un estilo original en el manejo del órgano Hammond que le daría a conocer internacionalmente.

 

Después de dedicarse a la interpretación de música religiosa en una iglesia de su estado natal, Juan Torres viajó a Europa donde residió varios años, principalmente en Italia, haciendo muy popular la técnica de “el órgano que habla” que como comentamos había desarrollado su paisano Hill de Olivera. Allí, en Milán, lanzaría su disco debut. Sería el primero de los 79 discos que llegaría a grabar a lo largo de su intensa carrera en la que acumularía grandes éxitos y varios discos de oro y platino.

De esos 79 álbumes en los que Juan Torres se hacía acompañar de “su órgano melódico”, hay que destacar que los cinco primeros fueron grabados con un Hammond B3 hasta que descubrió un modelo de Hammond sin duda peculiar, el más caro y del que se decía era el más complejo y completo, era el Hammond X66. Con el Hammond X66 Torres interpretó todo tipo de música, desde música popular a rancheras, baladas, música de cine, villancicos o música clásica ofreciendo conciertos en medio mundo, Chicago, Italia, España, Francia, Grecia, Portugal… actuando como solista o acompañando a muchos y diversos artistas. El maestro Juan Torres fue uno de los primeros músicos que se distinguieron por el cuidado de la producción en sus shows.

Durante toda su carrera se hizo acompañar por muy diversos músicos, desde mariachis a grandes Big Bands con sección de metales, incluso en su última etapa llegó a utilizar una formación de rock contemporáneo con guitarra eléctrica, bajo, sintetizadores, percusiones y batería. Todo ello sin dejar de lado, sólo de vez en cuando, la música sacra. Su estilo, aunque minimizado por muchos “expertos”, dejó una gran herencia a futuras generaciones, Torres fue considerado uno de los mejores músicos de su país a pesar de que en ocasiones los expertos musicales y los puristas siempre lo tildaran de ser un músico limitado y populachero, y él para demostrar lo contrario se atrevía a tocar a la mitad de un baile algún fragmento de la música de Bach para deleite de un público que siempre vitoreaba al organista. Yo incluso lo llegué a ver y escuchar tocar obras de Bach en las transmisiones de las mañanitas a la Virgen de Guadalupe transmitidas desde la Basílica del Tepeyác. Lo hacía con una maestría fuera de comentarios en el órgano monumental del templo que consta de decenas de pedales y múltiples flautas y que no era fácil de tocar por un músico inexperto (Este órgano fue regalado por Canadá para la nueva Basílica).

 

Su popularidad sin duda se reflejó en la provincia mexicana, donde sus conciertos-bailes-cenas eran el evento social más importante del año. Mención aparte merece el famoso camión en el que transportaba su instrumento y el equipo de sonido; fue diseñado por él y marcó un punto de envidia en el gremio. El maestro fue uno de los primeros músicos que se distinguieron por el cuidado de la producción en sus presentaciones, como se mencionó, fue innovador también porque ponía un motor debajo del escenario, para que diera vueltas. Tenía un ángulo de 360 grados. Tocaba y giraba.en las que el juego de luces, hielo seco y la famosa tarima giratoria eran el toque singular que, junto a su sonido, siempre atraía a sus fans, además se distinguía en sus presentaciones por la elegancia de sus trajes. Fue reconocido en Estados Unidos y Latinoamérica y, luego de Los Panchos, es el músico mexicano más distinguido en Japón.

Para exaltar su peculiar sonido, el maestro Torres fijaba unas pequeñas laminillas entre las teclas, para mantener de forma permanente esos sonidos, mientras se explayaba digitando otras partes de sus múltiples teclados, procurando el ambiente musical que requerían las sesiones de baile. En lo personal me encantaban los LPs que aún conservo en mi colección y donde se hacía homenaje a la música folklórica mexicana, Sus interpretaciones al “Balajú” y a “La Rielera” son de mis favoritas.

Su escuela musical podría establecerse a partir de la cantidad de organistas ambientadores de fiestas que florecieron luego del éxito del guanajuatense. Podríamos citar a Los Baby’s, Los Freddy’s y, por supuesto, las decenas de músicos contratados en los bares de Samborn´s hasta los años 90. Las interpretaciones de Juan Torres, hasta la fecha, son el distintivo ambiental en cientos de hoteles, centros comerciales, líneas aéreas, consultorios médicos y lobbies de casas de citas. Su música es considerada por muchos como un símbolo popular nacional.

 

Su último concierto tuvo lugar el 10 de mayo de 2002 en Querétaro ante 4.000 personas entregadas al órgano Hammond del maestro que en esta última ocasión se vio acompañado por Arpas Clásicas y la Filarmónica estatal. Finalmente el virtuoso del Hammond X66 se apagaría el 2 de julio de 2002, a los 72 años, en la población de Querétaro, Juan Torres falleció víctima de cáncer de páncreas dejando un enorme legado y habiendo abierto camino a las nuevas generaciones de organistas de México.

Puede que su estilo no sea el que más se aproxime a los gustos generales de los amantes del sonido Hammond pero Torres es sin duda una parte importante de la historia del órgano Hammond. Y sus discos siempre serán un recuerdo de los hogares mexicanos de clase media en los años 70 y 80.

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