Hace unos días, una persona joven me preguntó: “¿Qué se siente el ser viejo?” Me sorprendió mucho la pregunta, ya que no me consideraba viejo hasta ese momento. Cuando el joven vio mi reacción, inmediatamente se apenó, pero le expliqué que no se preocupara, que era una pregunta interesante. Y después de reflexionar, concluí que el poder ver pasar el tiempo y hacerse viejo es un privilegio y un regalo.

Terminó mi jornada laboral y llegué apurado a casa a mirarme al espejo y muchas veces me sorprendo de la persona que vive en esa imagen reflejada. Pero realmente no me preocupo por esas cosas de modo obsesivo, yo no cambiaría todo lo que he vivido y tengo por unas canas menos y algunas arrugas menos en la piel. No me exijo ni me regaño por no tender la cama a veces, o por comer algunas frituras a mi antojo o de “empacarme” 10 tacos de canasta de un jalón. Creo que estoy en mi derecho de ser un poco desordenado, de ser extravagante y pasar horas contemplando mis colecciones, viendo las películas que son mis favoritas por enésima vez o releyendo libros que me han gustado a lo largo de mi vida. ¿A quién le interesa si elijo leer o jugar en la computadora hasta las cuatro de la mañana y después dormitar en la oficina esperando la hora de la salida?

En contraste pienso que el tiempo perdido más angustiante es el que ocurre en el presente para muchos que sólo tienen en mente “aprovechar” en cosas útiles hasta el último segundo. Ese tiempo se nos escabulle frente al reloj que nos recuerda despiadadamente que somos seres efímeros, que estamos en una caída libre hacia nuestra inevitable desaparición. Pero en un sentido estricto, la frase “perder el tiempo” no significa ir del presente hacia el futuro dejando las horas sin uso en el pasado.

Si no fuéramos finitos no podríamos perder el tiempo. Lo perdemos porque es un bien escaso. Ante el destino evidente de nuestra muerte, podemos vivir cada momento como un don. No se trata de estar en actividad constante, como si fuéramos máquinas que cumplen sin descanso con una misma tarea, sino de existir con la conciencia de que cada decisión que tomamos es una manera de escribir una página de nuestra biografía. Lo maravilloso de nuestra existencia es que, gracias a su temporalidad, puede ser vivida a plenitud.

Hay un soneto muy famoso donde el tiempo es el protagonista principal. Es de la autoría del poeta Renato Leduc y su origen es de una anécdota curiosa, ya que fue escrito como resultado de una apuesta que le hicieron para escribir un poema en donde pudiera rimar la palabra “tiempo”. Le fue imposible. La única palabra que rima con tiempo es tiempo. Leduc, moreno, corpulento, de pelo blanco, franco y sencillo, tenía una risa contagiosa. Hablaba con la misma picardía con que escribía. Sin proponérselo, disfrutó del éxito que obtuvo su soneto sui géneris “Tiempo”, musicalizado por Rubén Fuentes, con un arreglo espléndido de Eduardo Magallanes y grabado a dueto con las voces únicas de Marco Antonio Muñiz y José José

 

El Propio Renato Leduc relató en una entrevista la historia detrás de su famoso soneto: “Me acuerdo que entre mis condiscípulos estaba un gordo tabasqueño que se llamaba Adán Santana el cual, como era muy docto en retórica y todas esas pendejadas, hacía versitos y como nos aburríamos mucho durante una clase, nos poníamos a echarnos toritos donde improvisábamos un verso y hacíamos en tres minutos una cuarteta so pena de perder un peso…Y un día me dijo el gordo Adán:
“A ver, hazme una cuarteta teniendo como pie de verso -hay que darle tiempo al tiempo-”. Como al cabo de los tres minutos no la pude hacer y tuve que pagarle el peso, Santana me dijo en son de burla delante de todos: “Carajo, yo creí que porque haces versitos, sabias siquiera que tiempo no tiene consonante”. En vista de que todos se rieron de la “revolcada” que me dio, aquello me picó la cresta y acudí al diccionario de la rima en donde, en efecto, constante la inconsonancia del vocablo tiempo… Sin embargo, dolido aun por la maltratada, seguí pensando en el tema hasta que se me ocurrieron los siguientes versos:

Sabía virtud de conocer el tiempo;
A tiempo amar y desatarse a tiempo;
Como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
Que de amor y dolor alivia el tiempo.

Y así, cuando pude escribir los catorce versos, los uní con lo que tuve ya el soneto…No obstante, como me sonó muy monótono, decidí aconsonantar los segundos versos de cada terceto de la manera siguiente:

Amar queriendo como en otro tiempo
Ignoraba yo aún que el tiempo es oro
Cuanto tiempo perdí -ay- cuanto tiempo
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
Amor de aquellos tiempos, como añoro
la dicha inicua de perder el tiempo…

Y fue de este modo como nació el soneto de Tiempo que ha llegado a ser tan famoso, gracias a que Rubén Fuentes lo musicalizó y Marco Antonio Muñiz y José José lo grabaron cantándolo a dúo…”

En el soneto Tiempo, se aborda la importancia de valorar cada instante, de atesorar los recuerdos y de comprender que el tiempo es un recurso limitado que no se detiene. La canción evoca sentimientos universales de amor, pérdida, esperanza y resignación ante la fugacidad de la vida, recordándonos la importancia de vivir plenamente cada momento. Tal vez por una situación adversa nos llega el punto de quiebre en nuestra vida donde nos damos cuenta que necesitamos vivir el tiempo como nosotros queramos y deseemos y no como la sociedad nos lo dicte.

José José no sólo le canto al amor, al desamor, al romanticismo. También tuvo sus tintes filosóficos poéticos como en este soneto de Leduc y junto a Marco Antonio Muñiz lo dieran a conocer de modo popular. La poesía y la música han estado interconectadas desde sus mismos orígenes, ambos cuentan con ritmos, métrica y una serie de elementos que han permitido que a través de nuestra historia los versos de algunos poetas sean convertidos en populares canciones que trascienden el tiempo y las generaciones. La versión musicalizada de Tiempo interpretada por estos dos cantantes se convirtió en una bella balada. La voz de José José y Marco Antonio Muñiz logran transmitir de manera profunda la nostalgia y la reflexión que implica el transcurrir del tiempo. El gran arreglo que acompaña al soneto crea una atmósfera envolvente que invita a la introspección y al recuerdo de momentos vividos.

José José tuvo un final triste, como la canción que lo lanzó a la fama, y yo me pregunto, ¿Habrá en sus últimos días recordado este soneto de Renato Leduc y meditado que lo estaba viviendo en carne propia palabra por palabra? Marco Antonio Múñiz en cuanto se entero del deceso de su colega, lo lamentó y recordó precisamente de este dueto que hicieran para este gran soneto: “Durante mucho tiempo trabajamos juntos y siempre le tuve mucho cariño de hermano, de profesional, de amigo y de todo. La interpretación de Tiempo de Renato Leduc quedará para mí como un recuerdo entrañable”.

Ahora bien, para responder la pregunta que me hicieron y que mencioné al inicio de esta colaboración, con sinceridad, puedo decir: ¡Me gusta ser viejo, porque la vejez me hace ser más sabio, pienso yo, más libre! Sé que no voy a vivir para siempre, pero mientras esté aquí, voy a vivir según mis propias leyes, las de mi corazón. No pienso lamentarme por lo que no fue, ni preocuparme por lo que será. El tiempo que quede, simplemente amaré la vida como lo hice hasta hoy, el resto se lo dejo a Dios y a la Virgen de Guadalupe.

He visto a amigos y parientes queridos irse de este mundo, antes de haber disfrutado la libertad que viene con hacerse viejo. Las pérdidas de gente querida es tal vez un sufrimiento que nos da fuerza y nos hace crecer y decidirnos a aprovechar mejor el tiempo que nos quede por delante. Un corazón que no se ha roto, es estéril y nunca sabrá de la felicidad de ser imperfecto. Me siento orgulloso por haber vivido lo suficiente como para ver que mis cabellos se vuelvan grises y por conservar la sonrisa de mi juventud, ahora que han aparecido los surcos profundos en mi cara.

El tiempo es implacable, el tiempo no espera a nadie, el tiempo es igual para todo el mundo.

“Cuando nos asomamos al abismo de la vejez, siempre viene un niño y nos empuja por detrás”.

El tiempo siempre ha estado ahí pero para la mayoría de las cosas no tenemos tiempo: leer todos los libros, ver todas las películas, viajar a todas las ciudades del mundo, practicar todos los deportes, tomar un café con toda la gente que quieres, abrazar a las personas amadas y en muchos casos no hacer las cosas que quisimos realmente durante nuestra vida. Tomemos el soneto de Leduc como una enseñanza de que el “Tiempo es Oro“, vivámoslo intensamente, nunca lo olvidemos…

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