Juan Salvo camina despacio, reflexivo, cansino. Va enfundado en un grueso traje de amianto y, desde sus antiparras de buzo, sus ojos otean el horizonte. No parece asombrado. Más bien inquieto. Ingresa. Observa un calendario: 2025, dice. Se mira en un espejo, no se reconoce bajo la piel de Ricardo Darín. Pero sabe que eso no es lo importante. Ahora, dentro de una plataforma de entretenimiento, el mensaje es el mismo. Una advertencia que llega desde el futuro.
Héctor Germán Oesterheld comenzó a publicar El Eternauta semanalmente en la revista Hora Cero que él mismo dirigía, el 4 de septiembre 1957. Seguramente unos años antes fue testigo de la terrible matanza que se produjo en la Plaza de Mayo, a la hora en que la gente salía de su trabajo. El 16 de junio de 1955, la aviación bombardeó la Plaza de Mayo en el marco del golpe de estado que derrocó al presidente Perón e instauró a la autodenominada Revolución Libertadora. El resultado: más de 300 muertos y 1200 heridos. Muchos salían del trabajo y se encontraron con las bombas. Podría ser una escena de El Eternauta, esa historieta de ciencia ficción escrita por H.G. Oesterheld, que rompe los cánones al situar una invasión alienígena no en Estados Unidos (siempre van ahí los invasores) sino en la mismísima Buenos Aires. Ahí esta la Cancha de River Plate como escenario de combate; las ruinas en las Barrancas de Belgrano, la destrucción del centro porteño. Cuando parecía un inverosímil que nevara en Buenos Aires, hecho que ocurrió mucho después, el 9 de julio de 2007. La vez anterior había quedado lejos: en 1918.
Cómo fue ese proceso creativo a fines de la década del cincuenta, el propio Oesterheld brinda algunas pistas al respecto: “Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos (…) Lo demás creció solo, como crece sola, creemos, la vida de cada día. Publicado en un semanario, El Eternauta se fue construyendo semana a semana; había, sí, una idea general, pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente. Aparecieron así situaciones y personajes que ni soñé al principio (…) Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”.
El Eternauta fue publicado y reeditado varias veces luego de su primera edición en 1957, con sus dos ilustradores (Francisco Solano López en su versión original con un estilo de ilustración clásica de historietas, y por Alberto Breccia con una línea bien diferente en 1969). También ha sido leído en distintas circunstancias por audiencias de edades diferentes, de composiciones sociales disímiles, en épocas distintas, en momentos de dictaduras -en que fue censurada- y en momentos de gobiernos democráticos, en soportes diferentes (historieta y ahora en formato audiovisual).
La versión que trae Netflix de la mano del director Bruno Stagnaro y que cuenta en la producción con uno de los nietos de Oesterheld -Martín Oesterheld- presenta una interesante puesta acorde a estos tiempos. Los efectos especiales logran generar el clima de catástrofe en el escenario original: Buenos Aires. El guion mantiene el habla del lugar, sin apelaciones a distintas neutralizaciones lingüísticas propia de la necesidad de ofrecer el producto al mercado internacional. Pero, además, resulta pertinente y ubicuo en la historia del protagonista la incorporación del recuerdo de la guerra de Malvinas (1982). Por su parte, es importante destacar las actuaciones, no solo de Darín en la piel de Juan Salvo, sino de un elenco elegido cuidadosamente que logra meterse en la piel de los personajes originales y traerlos a un presente del siglo XXI.
Héctor Germán Oesterheld se encuentra entre los desaparecidos por la última dictadura militar junto con sus cuatro hijas y sus yernos. Dos de sus hijas estaban embarazadas y nada se sabe del destino de esos dos niños. La única sobreviviente de esa “invasión”, su compañera Elsa Sánchez, luego fue una de las Abuelas de Plaza de Mayo.
En síntesis, aún en la más profunda de las etapas de la modernidad líquida, como diría Bauman, Juan Salvo vuelve con su traje de amianto y su máscara de buzo, con su caminar lento y reflexivo. Y en todos esos casos y más allá de los cambios propios de contextos y soportes, el mensaje parece ser el mismo: una dura advertencia desde el futuro recordándonos que aún en la peor de las catástrofes, “nadie se salva solo”.
Buenos Aires, mayo de 2025.
TU VOZ